¿De qué clase social somos los trabajadores?

En los estudios lingüísticos sobre los dialectos, siempre se ha distinguido la forma de hablar de la clase trabajadora de las clase media y media-alta. En otras disciplinas sociales se hace también esta distinción tanto en relación con los ingresos económicos como con el grado de estudios alcanzados. Mientras que la ciudadanía de la clase trabajadora suele ocupar trabajos manuales, la de la clase media incluiría aquellos que tienen trabajos mejor remunerados y/o que requieren mayor grado de titulación educativa. En el nivel superior, se sitúa la clase media-alta, aquellos que provienen de familias adineradas o con salarios claramente diferenciados de la media porque son altos funcionarios, directivos de empresas, etc. Aparte, podríamos situar a los “nuevos ricos”, los que de pronto pasan de la clase trabajadora o media a posiciones más altas por una coyuntura determinada: lotería, trabajos especulativos como los que se vieron durante la época del “boom inmobiliario”. Recientemente, hemos conocido que entre estas nuevas coyunturas están ahora los “brokers”, los “inversores de criptomonedas”, los trabajadores en la inteligencia artificial (IA) y similares. En otro estadio, se encuentran los “milmillonarios”: los dueños de Amazon, Tesla, empresarios chinos que están detrás de tantos de los bazares en las ciudades, etc.; y, entre los nuestros, Inditex, Mercadona, etc.

Estos últimos ricos han tenido tanto éxito en sus empresas que hay quien piensa que, si asumen ahora el “negocio” del estado, nos irá mejor a todos. Es el fenómeno que algunos expertos han denominado “tecnofeudalismo”, al que nos hemos referido en una entrada anterior: El tecnofeudalismo, otra metáfora del “nuevo capitalismo”.

Sin embargo, la consecuencia de estas riquezas inmensas es la desigualdad creciente. El siguiente dato así lo confirma: en los años sesenta, la brecha salarial entre los directivos de una empresa y sus empleados medios era de 20 a 30 veces más; ahora puede ser de 60 a 100 veces y, en los altos directivos, de hasta 1200 veces (según los datos de Oxfam). Y, como segundo dato en nuestro país, Amancio Ortega recibe cada día 8,5 millones de beneficios de Inditex, 3.104 millones al año. ¿Cuántos años van a necesitar él y su familia para gastarlos?

Ante esta desigualdad tan enorme, ¿tendríamos que tener los trabajadores más conciencia de nuestra clase, la «clase trabajadora»? No solo los que continúan siéndolo porque desempeñan trabajos manuales; también los que fueron y luego consiguieron un trabajo mejor remunerado, pero que si lo perdieran no podrían sobrevivir.

El poder de estos nuevos empresarios y sus directivos o accionistas no solo está sostenido por la ciudadanía de las clases medias y altas, también por la gran cantidad de personas de las clases trabajadoras que compran sus productos. Las furgonetas de Amazon están por todos los barrios, también las de otras empresas grandes de reparto… Incluso cada vez con más presencia en los pueblos a través del comercio digital. Ello indica que tienen productos dispuestos y preparados para llegar a todas las clases sociales. Por ello se están haciendo tan ricos: «milmillonarios».

¿Aumentaría tanto la desigualdad entre las clases trabajadoras y los de clases altas si los trabajadores en general tuviéramos más conciencia de que no podemos ser tan individualistas? Es decir, si pensáramos, primero, a quién o a quiénes pagamos lo que necesitamos: la luz, los seguros, la comida, la ropa, los regalos que hacemos para los cumpleaños o Navidad, etc. Y, segundo, si empezáramos a elegir en las búsquedas por Internet a empresas más pequeñas, cooperativas, grupos de consumo, tiendas de barrios, puestos de los mercados municipales, etc. ¿Pagaríamos mucho más haciendo estas opciones? Quizás algo más, sí. Pero se puede hacer la prueba en algunas cosas y ver la diferencia.

El paso supondría un gran cambio: desde la actitud individualista que nos ha impuesto el capitalismo, pasaríamos a una actitud más “comunitaria”: la de quien defiende a los trabajadores que, como nosotros, no podrán subsistir con sus negocios si no les ayudamos a mantener su medio de vida.

Esta actitud comunitaria hay quien la llama como la propia de un “consumidor o consumidora responsable”; cada vez más relacionado con el “consumidor ecológico” (con sello certificado) o con el “consumidor de productos locales”; este segundo con precios más asequibles que los de sello ecológico.

¿Cuánto de productos locales y de servicios con empresas pequeñas o cooperativas hay en nuestro día a día? ¿Cuántos productos de segunda mano? Aumentar esta proporción podría ser el reto para el nuevo año 2026. Aquí van algunas sugerencias:

– Compras en los mercados municipales o mercadillos (si es posible, seleccionando lo más local).

– Cooperativas y empresas de luz ecológicas: Som energia, Contigo energía, etc.

– Seguros éticos: Arç cooperativa.

– Compra de libros a librerías locales o a libreros pequeños en Internet (primera o segunda mano).

– Tiendas locales de barrio; plataformas de segunda mano. Etc.

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