Capitalismo neoliberal

Un “barco negrero” o un barco que “salva personas que merecen vivir”

En las últimas entradas de este blog, nos hemos centrado en el tema del discurso del “nuevo negacionismo”, denominado también desde la filosofía como “posverdad”. Se trata de “mentiras intencionales” que se difunden masivamente por las redes sociales: fake news o bulos. En el pasado, solían ser anónimas, pero en el presente sus autores suelen aparecer con sus nombres y apellidos. Luego estas noticias falsas o distorsionadas son difundidas masivamente a través de las distintas redes sociales por gente variopinta: descontenta del statu quo, sin formación para el análisis crítico y complejo de la realidad (este grupo incluye a jóvenes, principalmente varones), por nostálgicos del autoritarismo (del “ordeno y mando” (porque así se simplifica la elección ante las soluciones tan variadas y difíciles que nos presenta a menudo la vida diaria) e incluso por bots artificiales, es decir “programas de software diseñado para repetir tareas que imitan el comportamiento humano”, nos dice precisamente un programa de inteligencia artificial (IA).

Su éxito, como indican Capra y Luisi (en 2014: 320, The systems view of life) refiriéndose a los creacionistas que defienden una interpretación literal de los textos bíblicos, en contra de la ciencia (pero aplicable también aquí), se debe a una combinación de factores. Básicamente, este auge se basa en el hecho de que predicar la ignorancia y el miedo es bastante eficaz para convencer a oyentes poco críticos y simplistas; y esto se combina con una
filosofía bien arraigada en el fundamentalismo, que se ha convertido en un movimiento político, con grupos de presión políticos, normalmente asociados con políticos ricos y de derechas… Es la vieja batalla … la eterna lucha contra la ceguera y la superstición [o la ignorancia].

Es también un fenómeno comunicativo que se está extendiendo por todo el mundo y que, como conocemos, ya ha llegado a las altas esferas de la política. La filósofa americana Donna Haraway lo califica como la “revolución conservadora”. Sin embargo, estamos ante una visión bien diferente de lo que se entendía tradicionalmente por revolución (movimientos sociales que se expresaban y/o surgían desde abajo); ahora esta nueva revolución está dirigida y controlada desde las élites capitalistas a través de sus medios de comunicación, de sus empresas tecnológicas con beneficios nunca antes alcanzados, y de sus visiones conservadora y jerárquica de las sociedades. A este fenómeno hay quien lo denomina “tecnofeudalismo” (Yanis Varoufakis).

Este movimiento conservador ya tiene su expresión política en España, el prototipo de ello es Santiago Abascal, aunque empiezan a aparecer otros. Sus intervenciones políticas confirman lo que la investigadora Ruth Wodak denomina el “discurso de la desvergüenza”, porque se trata de ocurrencias sinsentido y mentiras intencionadas que distorsionan los hechos. Son lanzadas a los medios de comunicación sin ningún tipo de rubor y vergüenza social, la que tradicionalmente nos prevenía para ser prudentes y cautos cuando manifestábamos algo en público. Ahora da igual, se expresan con arrogancia porque detrás hay poderes con mucho dinero que protegen a los autores de todas estas “sandeces”.

La última ocurrencia de Abascal ha sido la de calificar el barco de salvamento marítimo Open Arms como un “barco negrero”. Discursivamente, es una metáfora que equipara este barco que salva náufragos (los del siglo XXI, emigrantes pobres) en el mar con los barcos que durante la colonización africana transportaban a los esclavos desde los puertos costeros a las colonias americanas.

En este comercio estaba implicada la burguesía española, incluida en ella la catalana y la vasca. La exposición en Barcelona “La infamia. La participación catalana en la esclavitud colonial” explica con detalles la historia de las familias burguesas que participaron en este comercio (https://guia.barcelona.cat/agenda/detall/exposicio-la-infamia-la-participacio-catalana-en-l-esclavatge-colonial_99400752157.html). Fruto de una investigación histórica rigurosa, en esta exposición se informa a la ciudadanía de que la gran novedad del modernismo catalán fue posible por la riqueza de determinadas familias adineradas que invirtieron en la ciudad de Barcelona parte de sus ganancias procedentes del tráfico de esclavos. Muchas de ellas tenían sus negocios en La Habana y, cuando se perdió Cuba, se reubicaron en Barcelona y sus alrededores con toda la riqueza que pudieron traer. Empezó así el auge del nacionalismo catalán para compensar la crisis de la monarquía española con la pérdida de las últimas colonias. Artísticamente fue un éxito estético, pero sustentado sobre el gran sufrimiento de tantas personas sometidas a esclavitud.

La metáfora que utiliza Abascal de un barco negrero, al que además “hay que hundir”, activa un marco cognitivo que conlleva una gran simplificación de la historia; una prueba no solo de su «desvergüenza», como afirma Wodak, sino un ejemplo evidente de los bulos distribuidos desde los poderes conservadores (Salvini lo intentó también hace unos años cuando Open Arms intentaba desembarcar personas en las costas italianas). No interesa conocer los hechos, sino desprestigiar a quien se atreve a desafiar el poder establecido.

Como ha afirmado bien el director de Open Arms, Óscar Camps, rescatan náufragos porque no quieren que se repita la escena de aquel niño sirio ahogado en una playa de Lesbos, Alan Kurdi. Una imagen que tanto nos conmovió. Sin embargo, desde entonces, las estadísticas revelan que cada día ha muerto un niño en el mar Mediterráneo (en total más de 3.500 desde la muerte de Alan Kurdi); Open Arms ha salvado ya más de 70.000 personas en total en sus diez años de actividad.

Como añade además Óscar Camps, “decir que hay que hundir un barco que salva vidas es fascismo puro” (https://x.com/campsoscar/status/1960996101026123839). Son los nuevos fascistas del siglo XXI y nos tiene que dar miedo su gran poder.

El tecnofeudalismo, otra metáfora del “nuevo capitalismo”

Tecnofeudalismo término económico propuesto por el economista griego Yanis Varoufakis y ha comenzado a hacerse más frecuente en los medios de comunicación; por tanto, está empezando a llegar a la ciudadanía.

Es una metáfora. Se utiliza para explicar que nuestras preferencias comerciales ya no nos pertenecen, sino que son fabricadas por redes de máquinas, lo que comúnmente se conoce como la nube. Esta ha creado un bucle de retroalimentación que elimina nuestra capacidad de decisión. Entrenamos al algoritmo para que encuentre lo que nos gusta y luego el algoritmo nos entrena para que nos guste lo que ofrece. Elegimos a partir de estas opciones.

Además, el problema es que siempre nos aparecen las opciones filtradas por “los mismos”: por ejemplo, Amazon siempre sale en el primer lugar de la lista de los productos que queremos comprar:

«Cuando Amazon me sugiere libros, normalmente son libros que quiero leer, de forma similar a Spotify o Netflix. Me conocen bastante bien gracias a este doble proceso de retroalimentación entre yo, tú y la máquina» (abc.net, véase abajo).

Y, además, acierta siempre en la elección que nos gusta porque lleva mucho tiempo recogiendo información de nuestras preferencias a través de todos nuestros “likes” y de nuestra aceptación de “cookies”. Nos hemos creído libres, pero ahora nos están condicionando presentándonos los productos que ellos quieren que compremos y a quienes quieren que se los compremos.

Las grandes empresas tecnológicas, Amazon, Google, Apple, Meta… se han convertido en un gran mercado. Y nos han hecho creer que es así: solamente existen ellos. Hemos entrado en su “marco de interpretación” y nos hemos adaptado a su forma de ver el capitalismo.

Se presentan como los defensores de la libertad, pero actúan como “señores feudales”. Este es el “dominio origen” que crea la metáfora: se identifica el capitalismo tecnológico con el antiguo feudalismo. En la Edad Media, los siervos vivían bajo el amparo de los señores a cambio de recibir alimento y trabajo en sus tierras. Ahora estas empresas tecnológicas han sometido a las empresas pequeñas y/o a las que manufacturan los productos a la exclusividad para trabajar en sus redes, con condiciones previamente impuestas; al mismo tiempo, estas grandes tecnológicas someten a los compradores a los algoritmos mencionados, los cuales jerarquizan los productos decididos por ellas previamente. Este sometimiento ha llegado a límites insospechados, recuerdan algunos especialistas. Un ejemplo de ello fue el apagón informativo que se produjo en el verano de 2024; falló el sistema informático de grandes servidores, lo que produjo un colapso de la información en aeropuertos, bancos, hospitales, etc. Incluso afectó a instituciones gubernamentales que dependen de estos grandes servidores; instituciones incapaces de haber desarrollado sistemas públicos de almacenamientos de los datos propios.

La pregunta que se hace Varoufakis es si aún podemos tener poder social sobre estos algoritmos; cómo puede la sociedad democrática y organizada tomar el control de ellos para reducir su inmenso poder actual. El peligro es aún mayor tras la toma de posesión de Trump (enero 2025). La foto con Musk, Zuckerberg, Bezos… es muy preocupante, porque han sido elevados a la categoría de gurús políticos por el hecho de ser dueños de un reducido grupo de grandes empresas tecnocapitalistas. Ahora deciden sobre las decisiones tanto internas de EEUU como externas de la política internacional. ¡Es evidente que no lo van a hacer en contra de sus objetivos privados!

A este peligro se une también la irrupción tan rápida de la inteligencia artificial de la que aún no se sabe bien cómo regular. Desde el punto de vista ético, es necesario ponerle los límites necesarios que hasta sus mismos creadores defienden. Es el “principio de precaución”, necesario en toda invención humana, aunque sea en sí misma positiva.

Quizás es bueno aquí recordar las palabras de algún filósofo; por ejemplo, Kant: “el hombre [el ser humano], y en general todo ser racional, existe como fin en sí mismo, no solo como medio para usos cualesquiera de esta o aquella voluntad; debe en todas sus acciones, no sólo las dirigidas a sí mismo, sino las dirigidas a los demás seres racionales, ser considerado siempre al mismo tiempo como fin”. ¿Somos un medio para que perdure el nuevo capitalismo de unos cuantos o un fin en sí mismo al que hay que subordinar también el sistema económico?

https://www.abc.net.au/news/2023-11-05/what-is-technofeudalism-and-are-we-living-under-it/103062936

https://www.cervantesvirtual.com/obra-visor/fundamentacion-de-la-metafisica-de-las-costumbres–0/html/dcb0941a-2dc6-11e2-b417-000475f5bda5_3.html#I_2_

La era de la información digital masiva

Una característica del capitalismo presente que destacan pensadores diversos es la de considerar a las personas como consumidores de los que es necesario obtener datos de su perfil o perfiles a través de su comunicación en las redes sociales. El móvil, como principal prototipo de este “régimen de la información”, como indica el filósofo Han (en su libro Infocracia, 2021, traducido en Taurus), deviene el principal instrumento de la vigilancia que se ejerce a los individuos, pero se realiza con total libertad. Con el smartphone nos hacemos transparentes y aportamos datos que luego recogen los algoritmos de las grandes empresas de datos para sus fines comerciales.

Es una dominación, como las anteriores, pero en esta última los individuos se sienten libres, a pesar de que se agrupan en comunidades en los que los líderes son los influencers que han interiorizado estas técnicas neoliberales de recogida de datos. Destacan, prosigue Han, los influencers de viajes, de belleza, de fitness que invocan sin cesar la libertad, la creatividad y la autenticidad. Y nos proponen a ellos mismos como modelos a seguir, y con ello el consumo de determinados productos, al mismo tiempo que conseguimos una identidad determinada con ese estilo de consumo.

Lo decisivo de este capitalismo es la posesión de la información que aportan los usuarios de las redes con el fin de elaborar continuamente perfiles de comportamiento. Con ellos, intentan luego influir en ellos de forma inconsciente, por medio de la publicidad fragmentada según los tipos de perfiles que realizan los algoritmos.

Otro aspecto que destacan Han de los medios digitales es que son rizomáticos, es decir no tienen un centro de difusión. La esfera pública se desintegra en espacios privados centrados en objetivos concretos. La atención ahora no se centra en temas comunes compartidos por resto de la sociedad, sino en informaciones puntuales que pasan continuamente, de forma acelerada y fragmentada. No son relatos de hechos que crean continuidad temporal, sino secuencias de información que pueden reflejar comportamiento inteligente para resolver cuestiones puntuales a corto plazo, pero no producen comportamiento racional.

En la comunicación digital predomina por ello la comunicación afectiva, basada en las emociones. En ella no prevalecen los mejores argumentos, sino la información “con mayor potencial de excitación” (Han, p. 35), como los fake news. Un ejemplo de ello ha sido el expresidente Trump. Actúa como un algoritmo completamente oportunista, guiado solo por las reacciones del público. No le preocupa ofrecer una buena imagen como político, porque está dirigiendo una implacable guerra de información.

A este tipo de comportamiento, Han lo denomina infocracia. La verdad y la veracidad ya no importan. Con ello, la democracia se hunde en una jungla impenetrable de información (p. 41).

La atomización de la información nos hace prescindir de la voz del otro y con ello surge la pérdida de la empatía. Los individuos se aferran desesperadamente a sus opiniones porque de lo contrario ven amenazada su identidad. Esto complica la comunicación orientada al conocimiento porque la red resulta “tribalizada” en grupos incomunicados y con identidad propia. En ellos se extienden también las teorías de la conspiración, con la difusión de información que no se corresponde con los hechos, porque abandonar las convicciones propias implica la pérdida de la identidad, algo que debe evitarse a toda costa: “Fuera de este territorio tribal solo hay enemigos, otros a los que combatir” (p. 53). Las fake news no son simplemente noticias falsas, sino noticias que atacan la propia facticidad; no interesa comprobar su veracidad. Es un fenómeno que se da más en las derechas, afirma Han, aunque también ocurre en grupos concretos de izquierdas.

Escuchar al otro es un acto político en la medida en que integra a las personas en una comunidad y las capacita para el discurso. Pero en las “tribus” de la red solo se da la opción de escucharse a sí mismo y a los del propio grupo. Por ello, en la red los individuos disponen de información, pero es una información que desorienta y no proporciona conocimiento ni argumentos racionales; tampoco conduce al consenso en los desacuerdos, un aspecto fundamental para conseguir la cohesión social (p. 83).

A la verdadera democracia, concluye Han, le es inherente algo heroico. Requiere de aquellas personas que se atrevan a decir la verdad… Solo la libertad de decir la verdad (o las verdades con consenso, añadimos por nuestra parte) crea democracia.

La posverdad

Como explica el investigador americano Lee McIntyre, autor del libro que lleva ese título («Posverdad», publicado en 2018, luego traducido en Cátedra), es un fenómeno que se hizo popular en el mundo anglosajón cuando los diccionarios de la editorial Oxford consideraron este término como la palabra del año en 2016. Justo este año coincidía con la revelación de que la votación del referéndum del Brexit había estado plagada de noticias falsas, distribuidas a través de las redes sociales. Igualmente, coincidió con el ascenso al poder de Donald Trump, quien inauguró un estilo público lleno de afirmaciones que no se correspondían con los hechos.

https://www.pexels.com/search/fake%20news/

Los distintos diccionarios de las lenguas comienzan también a introducir este nuevo término con su definición. La que se incluye en el diccionario electrónico de la RAE dice así:

Posverdad (post-truth) 1. f. Distorsión deliberada de una realidad, que manipula creencias y emociones con el fin de influir en la opinión pública y en actitudes sociales.

Es el intento intencionado de producir desinformación o deformación de la realidad para que el mensaje encaje con las opiniones de quienes las difunden. La correspondencia de las afirmaciones con los hechos ya no interesa. Los discursos son siempre interpretables, pero ahora se atiende a otra dimensión mayor: la falsificación.

La manipulación en la difusión de las noticias ha existido siempre, pero la dimensión actual y su repercusión es mucho mayor. Cuando Donald Trump y sus seguidores, señala McIntyre, mantenían que el cambio climático era un fraude inventado por el Gobierno chino para arruinar la economía de su país, hay otro aspecto implicado mucho más grave: “No se trata simplemente de que los que niegan el cambio climático no crean en los hechos, es que solo quieren aceptar aquellos hechos que justifiquen su ideología… Los negacionistas y otros ideólogos abrazan rutinamente un estándar de duda obscenamente alto respecto de los hechos que no quieren creer, junto con una credulidad completa hacia cualquier hecho que encaje con sus planes. El criterio principal que utilizan es el que favorece sus creencias preexistentes. Esto no supone el abandono de los hechos, sino una corrupción del proceso por el que estos hechos se reúnen de forma creíble y se usan de manera fiable para conformar las creencias que uno tiene sobre la realidad” (pp. 39-40).

Por tanto, lo que se observa es que los acontecimientos se conforman con el punto de vista político de quienes los afirman. La posverdad equivale así a una especie de supremacía ideológica a través de la cual sus practicantes tratan de obligar a sus seguidores a que crean en algo concreto, tanto si hay evidencia a favor como si no.

En el ámbito de la ciencia, se observa en el hecho de que los resultados científicos se cuestionan ahora abiertamente por personas inexpertas que discrepan de los científicos. Es el negacionismo científico expresado de forma sistemática. Ante esto, el científico a veces pregunta: “¿dónde está tu evidencia?”. Pero los negacionistas simplemente no responden.

El ejemplo más paradigmático de este negacionismo ha sido en los últimos años el tema del cambio climático. A pesar de la unanimidad de los científicos sobre el incremento de la temperatura global y sobre la constatación de que los humanos son la causa principal de que así sea, se ha convencido al público para que piense que existe una gran controversia científica sobre el asunto. En un análisis sobre ello en 2013, se comprobó en una muestra de 4000 artículos académicos que el 97% de los científicos corroboraban el cambio climático, frente al 27% de los adultos estadounidenses que no lo creían (la fuente fueron encuestas de opinión realizadas al respecto). Hay una divergencia entre lo que piensa la comunidad científica y lo que cree la ciudadanía. Es una duda que se ha fabricado en la opinión pública, señala McIntyre (p. 57), durante los últimos veinte años por quienes tienen un interés financiero en promoverla. Con todo, esta desinformación masiva no es nueva, tuvo su origen más evidente en el negacionismo sobre los efectos perjudiciales del tabaco en EEUU, extendido en los años cincuenta por las empresas del sector.

Las causas psicológicas de esta extensión de la desinformación parecen estar en lo que se conoce como “sesgo cognitivo”. Nos sentimos mejor pensando que somos inteligentes, que estamos bien informados y que somos personas capaces, más que pensando que no somos nada de eso. Y esta tendencia tiende a reforzarse y a convertirse en algo razonable, cuando estamos rodeados de otras personas que creen en lo mismo que nosotros. En el presente, esta tendencia se ha agrandado con la participación masiva de la ciudadanía en los distintos grupos en las redes sociales y con el debilitamiento de los medios de comunicación; algunos de ellos convertidos en eco de estos debates polarizados e incluso algunos de ellos meros transmisores de ciertas noticias falsas para atraer audiencia.