La poesía y el constructivismo

David Pujante

Profesor de Teoría de la Literatura y poeta (www.recdid.blogs.uva.es)

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El poeta dice muchas veces (y con más proyección, y con más hondura) lo que otros humanos se empeñan en decir (y no lo consiguen del todo) en cientos de tratados filosóficos o científicos. A veces ese decir poético se acerca mucho a los modos populares, a lo refranesco o lo gnómico (sentencioso, aforístico), como en esa humorada de Campoamor que todos nuestros abuelos se sabían de memoria:

“En este mundo traidor, nada es verdad, ni mentira,
Todo es según el color del cristal con que se mira.”

En otras ocasiones, el decir poético se asemeja a los modos proféticos o sibilinos, un decir que en los pueblos primitivos confundía ya poesía con profecía, o con hechizo (aquellos misteriosos conjuros con estructuras paralelas, con misteriosas rimas); eran las manifestaciones de un saber que trasciende la racionalidad y que se expresa en un lenguaje especial, apropiado para lo que viene de lo hondo, de una sabiduría profunda. Hoy la llamamos poesía órfica, por referencia al poeta mítico Orfeo, y podríamos considerar en esa línea este poema de Juarroz, poeta contemporáneo, que habla, en otros términos, de lo mismo que Campoamor (de la construcción de la mirada humana y de la difícil empresa que consiste en entender y en expresar el mundo desde esa mirada):

“Una red de mirada
mantiene unido al mundo
no lo deja caerse.
Y aunque yo no sepa qué pasa con los ciegos,
mis ojos van a apoyarse en una espalda
que puede ser de dios.
Sin embargo,
ellos buscan otra red, otro hilo,
que anda cerrando ojos con un traje prestado
y descuelga una lluvia ya sin suelo ni cielo.
Mis ojos buscan eso
que nos hace sacarnos los zapatos
para ver si hay algo más sosteniéndonos debajo
o inventar un pájaro
para averiguar si existe el aire
o crear un mundo
para saber si hay dios
o ponernos el sombrero
para comprobar que existimos.”

En ambos casos el decir de los poetas se empeña en hacernos conscientes de que con la mirada se construye la realidad, una finalidad primordial del discurso humano que no se ve nunca tan claramente como en la creación poética, con el encuentro de nuevas expresiones que dicen de nuevo las cosas o bien nuevas cosas. Sí, ese es el norte de la poesía. Y todavía la poesía se muestra más claramente constructivista cuando medita sobre su propio ser creador de mundos, de entendimientos del sentimiento humano y de los entendimientos entre los humanos. Hoy la llamamos metapoesía, poesía que habla de la poesía. Pero no solo los poéticos, todos los discursos humanos hacen la realidad de un tiempo y un espacio, el de nuestra habitabilidad.

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La democracia, que nació en Atenas, ha permitido y sigue permitiendo que los seres humanos configuremos, en un diálogo de discursos que construyen la realidad social, nuestras sociedades mejores, nuestros anhelos, nuestras cercanías a lo utópico.

Los discursos que asumen, que hacen suyos las mayorías, en virtud de esos diálogos sociales, deciden con el voto los modos de gobernabilidad social. Es un derecho sagrado, que hace iguales a todos los seres humanos. Esas decisiones que hemos de respetar todos, deberían surgir de un pensamiento madurado, reflexivo, desapasionado, para que no sean respuestas más de lo bruto (que aún nos habita) que de la construcción humana que para nuestra satisfacción somos. Ciertamente una sociedad, para que su aparato democrático funcione bien, debe contar con una preparación educativa sólida. Nunca doctrinal. Para crear ciudadanos libres con criterio propio.

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En lo que algunos llamamos hoy retórica constructivista, una disciplina discursiva que pone de manifiesto las estrategias (narración, argumentación, procedimientos tropológicos) de los discursos que construyen las distintas visiones del mundo, nos tomó hace tiempo la delantera la reflexión poética, como habéis podido comprobar en los anteriores poemas. Nada nuevo bajo el sol.

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