Un Papa ecologista (tras la huella de Francisco de Asís)

“Hemos crecido pensando que éramos propietarios y dominadores [de nuestra casa común], autorizados a expoliarla… Olvidamos que nosotros mismos somos tierra. Nuestro propio cuerpo está constituido por los elementos del planeta, su aire es el que nos da el aliento y su agua nos vivifica y restaura… En esta encíclica, intento especialmente entrar en diálogo con todos acerca de nuestra casa común”.

Así comienza el Papa Francisco su encíclica sobre el ecologismo: Laudato sí. Sobre el cuidado de la casa común. En un blog sobre el diálogo de saberes en el tema de las alternativas eco-sociales, no podíamos dejar de leer este trabajo porque además utiliza argumentos basados en el enfoque de la complejidad, en el que nosotros también nos inspiramos. Con todo, nunca nos hubiéramos imaginado que algo así iba a ser publicado por un Papa.

A continuación, hago un resumen de las ideas que me parecen más novedosas, a veces adapto su redacción y el orden (no su idea original ni su léxico) en aras de la brevedad de este espacio.

“Lamentablemente, muchos esfuerzos para buscar soluciones concretas a la crisis ambiental suelen ser frustrados no sólo por el rechazo de los poderosos, sino también por la falta de interés de los demás. Las actitudes que obstruyen los caminos de la solución, aun entre los creyentes, van de la negación del problema a la indiferencia, la resignación cómoda o la confianza ciega en las soluciones técnicas.

El cambio del mundo actual es algo deseable (“rapidación”), pero se vuelve preocupante cuando se convierte en deterioro del mundo y de la calidad de vida de gran parte de la humanidad: contaminantes atmosféricos, provocando millones de muertes prematuras; contaminación por medio del transporte, la industria, los depósitos de sustancias que contaminan el suelo y el agua, los fertilizantes, insecticidas, la contaminación producida por los residuos (la tierra es ahora un inmenso depósito de porquería)…

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Es un ejemplo de la cultura del descarte. Todavía no se ha logrado adoptar un modelo circular de producción que asegure recursos para todos y para las generaciones futuras y que supone limitar el uso de los recursos no renovables, moderar el consumo, reutilizar y reciclar.

El calentamiento del planeta está provocando el aumento del nivel del mar y de los eventos meterológicos extremos. Todo ello debido a la gran concentración de gases de efecto invernadero (anhídrico carbónico, metano, óxidos de nitrógeno y otros) que, al concentrarse en la atmósfera, impiden que el calor de los rayos solares reflejados por la tierra se disperse en el espacio. Esta concentración de gases se debe a nuestro patrón de desarrollo basado en el uso de combustibles fósiles y a la deforestación por la agricultura.

A su vez el calentamiento tiene efectos sobre el ciclo del carbono. Crea un círculo vicioso que agrava más la situación, y que afectará la disponibilidad de recursos imprescindibles, como el agua potable, la energía y la producción agrícola de las zonas más cálidas, y provocará la extinción de parte de la biodiversidad del planeta…

El cambio climático es un problema global con graves dimensiones ambientales, sociales, económicas, distributivas y políticas, y plantea uno de los principales desafíos actuales para la humanidad. Los peores impactos probablemente recaerán en las próximas décadas sobre los países en desarrollo. Muchos pobres viven en lugares particularmente afectados por fenómenos relacionados con el calentamiento y sus medios de subsistencia dependen fuertemente de las reservas naturales y de los servicios ecosistémicos, como la agricultura, la pesca y los recursos forestales.

Son loables y a veces admirables los esfuerzos de científicos y técnicos que tratan de aportar soluciones a los problemas creados por el ser humano. Pero mirando el mundo advertimos que este nivel de intervención humana, frecuentemente al servicio de las finanzas y del consumismo, hace que la tierra en que vivimos se vuelva menos rica y bella, cada vez más limitada y gris, mientras al mismo tiempo el desarrollo de la tecnología y de las ofertas de consumo sigue avanzando sin límite.

Un verdadero planteo ecológico se convierte en un planteo social, que debe integrar la justicia en las discusiones sobre el ambiente, para escuchar tanto el clamor de la tierra como el clamor de los pobres.

Hay más sensibilidad ecológica en las poblaciones, aunque no alcanza para modificar los hábitos dañinos de consumo, que no parecen ceder sino que se amplían y desarrollan. Es lo que sucede, para dar sólo un sencillo ejemplo, con el creciente aumento del uso de los acondicionadores de aire. Los mercados, procurando un beneficio inmediato, estimulan todavía más la demanda. Si alguien observara desde afuera la sociedad planetaria, se asombraría ante semejante comportamiento que a veces parece suicida.

En un extremo, algunos sostienen a toda costa el mito del progreso y afirman que los problemas ecológicos se resolverán simplemente con nuevas aplicaciones técnicas, sin consideraciones éticas ni cambios de fondo. En el otro extremo, otros entienden que el ser humano, con cualquiera de sus intervenciones, sólo puede ser una amenaza y perjudicar al ecosistema mundial… Pero basta mirar la realidad con sinceridad para ver que hay un gran deterioro de nuestra casa común. La esperanza nos invita a reconocer que siempre hay una salida, que siempre podemos reorientar el rumbo… [pero] el actual sistema mundial es insostenible desde diversos puntos de vista porque hemos dejado de pensar en los fines de la acción humana.

La raíz humana de la crisis ecológica está en el paradigma tecnocrático dominante. Lo que interesa es extraer todo lo posible de las cosas por la imposición de la mano humana. De aquí se pasa fácilmente a la idea de un crecimiento infinito o imitado, que ha entusiasmado tanto a economistas, financistas y tecnólogos. Supone la mentira de la disponibilidad infinita de los bienes del planeta, que lleva a “estrujarlo” hasta el límite y más allá del límite.

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El paradigma tecnocrático también tiende a ejercer su dominio sobre la economía y la política. Las finanzas ahogan la economía real. No se aprendieron las lecciones de la crisis financiera mundial y con mucha lentitud se aprenden las lecciones del deterioro ambiental.

La especialización propia de la tecnología implica una gran dificultad para mirar el conjunto. La fragmentación de los saberes cumple su función a la hora de lograr aplicaciones concretas, pero suele llevar a perder el sentido de la totalidad. Esto mismo impide encontrar caminos adecuados para resolver los problemas más complejos del mundo actual, sobre todo del ambiente y de los pobres. Una ciencia que pretenda ofrecer soluciones a los grandes asuntos, necesariamente debería sumar todo lo que ha generado, incluyendo la filosofía y la ética social.

La cultura ecológica no se puede reducir a una serie de respuestas urgentes y parciales a los problemas que van apareciendo en torno a la degradación del ambiente, al agotamiento de las reservas naturales y a la contaminación. Debería ser una mirada distinta, un pensamiento, una política, un programa educativo, un estilo de vida y una espiritualidad que conformen una resistencia ante el avance del paradigma tecnocrático.

La liberación del paradigma tecnocrático reinante se produce de hecho en algunas ocasiones. Por ejemplo, cuando comunidades de pequeños productores optan por sistemas de producción menos contaminantes, sosteniendo un modelo de vida, de gozo y de convivencia no consumista…

Lo que está ocurriendo nos pone ante la urgencia de avanzar en una valiente revolución cultural. Nadie pretende volver a las cavernas, pero sí es indispensable aminorar la marcha para mirar la realidad de otra manera, recoger los avances positivos y sostenibles, y a la vez recuperar los valores y los grandes fines arrasados por un desenfreno megalómano.

No habrá una nueva relación con la naturaleza sin un nuevo ser humano. No hay ecología sin una adecuada antropología. Si la crisis ecológica es una eclosión o una manifestación extrema de la crisis ética, cultural y espiritual de la modernidad, no podemos pretender sanar nuestra relación con la naturaleza y el ambiente sin sanar todas las relaciones básicas del ser humano.

Los conocimientos fragmentarios y aislados pueden convertirse en una forma de ignorancia si se resisten a integrarse en una visión más amplia de la realidad. Es fundamental buscar soluciones integrales que consideren las interacciones de los sistemas naturales entre sí y con los sistemas sociales. No hay dos crisis separadas, una ambiental y otra social, sino una sola y compleja crisis socio-ambiental. Las líneas para la solución requieren una aproximación integral para combatir la pobreza, para devolver la dignidad a los excluidos y simultáneamente para cuidar la naturaleza.

Así como la vida y el mundo son dinámicos, el cuidado del mundo debe ser flexible y dinámico. Las soluciones meramente técnicas corren el riesgo de atender a síntomas que no responden a las problemáticas más profundas. Hace falta incorporar la perspectiva de los derechos de los pueblos y las culturas, y así entender que el desarrollo de un grupo social supone un proceso histórico dentro de un contexto cultural y requiere de un continuado protagonismo de los actores sociales locales desde su propia cultura. Ni siquiera la noción de calidad de vida puede imponerse, sino que debe entenderse dentro del mundo de símbolos y hábitos propios de cada grupo humano.

Es indispensable un consenso mundial que lleve, por ejemplo, a programar una agricultura sostenible y diversificada, a desarrollar formas renovables y poco contaminantes de energía. El drama del inmediatismo político, sostenido también por poblaciones consumistas, provoca la necesidad de producir crecimiento a corto plazo. La grandeza política se muestra cuando, en momentos difíciles, se obra por grandes principios y pensando en el bien común a largo plazo. Al poder político le cuesta mucho asumir este deber en un proyecto de nación.

Por otra parte, la acción política local puede orientarse a la modificación del consumo, al desarrollo de una economía de residuos y de reciclaje, a la protección de especies y a la programación de una agricultura diversificada con rotación de cultivos… Se pueden facilitar formas de cooperación o de organización comunitaria que defiendan los intereses de los pequeños productores y preserven los ecosistemas locales de la depredación. ¡Es tanto lo que sí se puede hacer!

La política no debe someterse a la economía y ésta no debe someterse a los dictámenes y al paradigma eficientista de la tecnocracia. La salvación de los bancos a toda costa reafirma un dominio absoluto de las finanzas. La burbuja financiera también suele ser una burbuja productiva. En definitiva, lo que no se afronta con energía es el problema de la economía real, la que hace posible que se diversifique y mejore la producción, que las empresas funcionen adecuadamente, que las pequeñas y medianas empresas se desarrollen y creen empleo. Una vez más, conviene evitar una concepción mágica del mercado, que tiende a pensar que los problemas se resuelven sólo con el crecimiento de los beneficios de las empresas o de los individuos. Dentro del esquema del rédito, no hay lugar para pensar en los ritmos de la naturaleza, en sus tiempos de degradación y de regeneración, y en la complejidad de los ecosistemas, que pueden ser gravemente alterados por la intervención humana.

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Jóvenes aprendiendo el cultivo del campo

En los países que deberían producir los mayores cambios de hábitos de consumo, los jóvenes tienen una nueva sensibilidad ecológica y un espíritu generoso, y algunos de ellos luchan admirablemente por la defensa del ambiente, pero han crecido en un contexto de altísimo consumo y bienestar que hace difícil el desarrollo de otros hábitos. Por eso estamos ante un desafío educativo. La crisis ecológica es un llamado a una profunda conversión interior, también la de los cristianos, a veces demasiado realistas y pragmáticos.

Bajo la inspiración del San Francisco de Asís, y su amor por la naturaleza y por los pobres, se puede necesitar poco y vivir mucho, sobre todo cuando se es capaz de desarrollar otros placeres. La felicidad requiere saber limitar algunas necesidades que nos atontan, quedando así disponibles para las múltiples posibilidades que ofrece la vida…

… San Francisco de Asís pedía que en el convento se dejara una parte del huerto sin cultivar, para que crecieran las hierbas silvestres, de manera que quienes las admiraran pudieran elevar su pensamiento a Dios, autor de tanta belleza”.

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Un comentario en “Un Papa ecologista (tras la huella de Francisco de Asís)

  1. El Papa dice muy claro lo que tendríamos que hacer, pero, ¿cómo y quién pone en marcha el cambio cultural necesario?
    Sólo se busca la comodidad del momento sin pensar en las consecuencias. Esta SOCIEDAD, en la que me incluyo, está falta de afectividad y sólo nos preocupamos de nuestro reducido entorno.
    No se puede involucrar a la gente, en general, en la solución de éste problema, sólo con recomendaciones.
    Hay que «castigar» a quienes no cumplen/cumplimos las normas que obligan a hacer las cosas de una determinada manera.

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