La melancolía hispana

David Pujante ha publicado un libro titulado Oráculo de tristezas. La melancolía en su historia cultural (2018), Xoroi edicions. En él realiza un recorrido por la expresión de esta emoción en el pensamiento clásico y en la literatura. En varios capítulos aborda el tema desde una perspectiva social, centrándose en varios momentos de nuestra historia, lo cual nos parece interesante hacer mención a ello en este blog dedicado, precisamente, a las alternativas eco-sociales.

David Pujante alude a que, a lo largo del Barroco, en gran parte de Europa, se generaliza un sentimiento de tristeza, provocado por un modo de mirar y de estar en el mundo. En España este sentimiento fragua en su carácter nacional, reflejado ya en escritos de la época como en la obra del médico y filósofo Juan Huarte de San Juan. Este autor toma como base de su entendimiento de la melancolía uno de los cuatro temperamentos: la clásica teoría de los humores (bilis negra, sangre, bilis clara y flema) en relación con los temperamentos (melancólico, sanguíneo, colérico y flemático). De este modo, las diferentes mezclas de los humores definen a los individuos. Y la melancolía es un desequilibrio anormal en el cuerpo humano que lo hace proclive a la enfermedad. Un ejemplo evidente es Don Quijote, pero también en algunos momentos el mismo Sancho, como en el capítulo XVIII, tras la aventura de los rebaños. Gracián consigue atribuir este carácter al pueblo español por encima del resto de los europeos.

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En el siglo XVIII, la extinción de los Austrias y la llegada de los Borbones supuso, aparentemente, el fin de este carácter melancólico y su sustitución por el gusto por la razón, bajo la influencia francesa. Según Pujante, la melancolía ilustrada reformula la melancolía hacia el refinamiento, una especie de dulce tristeza para poetas y amantes, pero también la encauza en la horma de la razón científica: aparecen las enfermedades del alma.

En España esta influencia francesa supone el inicio del conflicto entre casticistas o patriotas y afrancesados. Para estos segundos, la Ilustración supondría el fin del barroquismo hispano y el progreso científico traería el bienestar y la felicitad. Sin embargo, en la literatura se impone la mediocridad frente a la creatividad del Siglo de Oro, y solo en la segunda mitad del siglo XVIII empieza, de nuevo, a aflorar del subsuelo la “negada melancolía”: “¿Acaso no son los monstruos de la irracionalidad base de la mejor pintura de Goya?” (p. 204).

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En el siglo XIX, los españoles no podían hacerse románticos, porque ya lo eran. España fue la inspiración romántica de los alemanes, franceses, italianos e ingleses. Pero los creadores no estaban entre nosotros, por ello nuestro romanticismo fue tardío: Bécquer, Rosalía. Los intelectuales españoles hicieron un gran esfuerzo por meternos en la modernidad, aunque no con gran éxito. Los elementos subjetivos seguían aún muy vigentes, con la convicción de que podíamos aún encontrar la verdad más profunda fuera de la ciencia. Luego ya entrado el siglo, aparece la melancolía por el imperio perdido, que culmina en el desengaño y el complejo de inferioridad de las obsesiones regeneracionista y noventayochista. Y, en el siglo XX, vuelve a resurgir el genio melancólico, frente al gran desastre sociopolítico: un ejemplo bien evidente, entre otros, es García Lorca.

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