Puigdemont, ¿político o gestor del independentismo?

Autor: David Pujante

1. ANTES DE

Hace unos días, mi amigo Dionisio Espejo reflexionaba en Facebook sobre el asunto de “La Manada”, cómo son rechazados por una sociedad que a la vez hace que el vídeo de la supuesta violación se convierta en lo más buscado en algunas páginas web de contenido pornográfico. Y decía que virtudes públicas, patria, religión etc., comienzan a polarizarse como el reverso de unos vicios privados que hacen que nos planteemos el signo de los tiempos que nos ha tocado vivir. Como en los mejores momentos del viejo imperialismo, la doble moral se está consolidando, enquistando. En paralelo con las últimas noticias de censura de obras de arte, tratadas como pornográficas, nos golpea la realidad de esa masa de usuarios que buscan las imágenes, los testimonios de la violencia sexual. Yo me voy a referir a esa doble moral social en el discurso político, concretada en el ejemplo de los whatsapp de Puigdemont.

2. EL EJEMPLO

Puigdemont, cuyo activismo político siempre ha sido de signo independentista, ya en los 90 viajaba por Europa con la intención de conocer las llamadas ‘naciones sin estado’. Luego crearía (en 1999) la Agència Catalana de Notícies (ACN), que dirigiría hasta 2002. Siempre con intención propagandística del independentismo catalán, dos años después pondría en marcha la publicación Catalonia Today, en inglés.

Puigdemont 2

Saltó a la política en 2006, cuando CiU le ofreció formar parte de la candidatura al Parlament de Catalunya y  luego aspirar (en 2007) a la alcaldía de Girona. Consiguió en 2011 ser el primer alcalde no socialista de su provincia. Puigdemont nunca ha ocultado su ideología independentista, de la que ha quedado más constancia pública en los últimos tiempos porque se ha convertido en uno de los rostros más visibles del procés soberanista.[1]

A diferencia de Mas (proveniente de la burguesía barcelonesa), Puigdemont (de la menestralía rural) luce un perfil más socialdemócrata que puede seducir a los independentistas de izquierda recelosos del anterior líder. Permitiendo así la complicada alianza independentista entre liberales, progresistas e izquierdistas radicales. Fue investido presidente de la Generalidad de Cataluña el 10 de enero de 2016​ gracias al acuerdo con la Candidatura de Unidad Popular (CUP). El 27 de octubre de 2017, desde la tribuna del Parlamento de Cataluña se procedió a la Declaración unilateral de independencia de Cataluña (DUI)​ al amparo de los resultados del referéndum del día 1 de octubre, que se realizara en contra de lo dispuesto por el Gobierno Central, amparado éste en la Constitución española de 1978.  El Senado aprobó en consecuencia medidas propuestas por el Gobierno al amparo del artículo 155 de la Constitución, entre ellas la destitución de Carles Puigdemont como Presidente de la Generalidad de Cataluña.​ Para evitar ser detenido y encarcelado, el 29 de octubre de 2017 emprende un viaje a Bruselas, donde aún permanece.​ En todo momento, Puigdemont se muestra firme en sus presupuestos de llevar adelante el llamado procés [1] de independencia de Cataluña convertida en república.

El discurso de Puigdemont, mejor o peor aceptado por la sociedad catalana y por el resto de los ciudadanos españoles, se presentaba ante los medios, durante todo este tiempo, como una construcción coherente, monolítica y veraz (entiéndase por veraz, un modo de entender el mundo catalán, y las posibilidades de llevarlo adelante, expuesto con honestidad, con franqueza, por el líder Puigdemont). Lo que no evitaba el conflicto entre discurso soberanista y discurso constitucionalista (o si se quiere, catalanista y españolista), y el consecuente deterioro de la convivencia en Cataluña, con la importante brecha abierta en la sociedad española toda y especialmente en la catalana.

Todo cambia en el momento en que salen a la luz una serie de mensajes de móvil del propio Puigdemont. Los mensajes se los envió a Comín, horas después de que se aplazara la investidura y se pusieran en evidencia las diferencias del independentismo sobre cómo afrontar la legislatura. Pero la confesión también llegó justo antes de que se emitiera el mensaje que había preparado el expresidente de la Generalitat, asegurando que insistía en su candidatura y pidiendo unidad al independentismo. El Exconsejero de Sanidad había asistido en lugar del Expresident a un coloquio organizado por los nacionalistas flamencos en Lovaina. Un cámara del programa Tele5 grabó el móvil de Comín. Esta es la reproducción íntegra de los mensajes captados por el cámara:

Puigdemont 1

«Volvemos a vivir los últimos días de la Cataluña republicana…»

«El plan de Moncloa triunfa. Solo espero que sea verdad y que gracias a esto puedan salir todos de la cárcel porque si no, el ridículo histórico, es histórico…»

«Supongo que tienes claro que esto ha terminado. Los nuestros nos han sacrificado. Al menos a mí. Vosotros seréis consellers (espero y deseo), pero yo ya estoy sacrificado tal y como sugería Tardà».

“No sé lo que me queda de vida (¡espero que mucha!), pero la dedicaré a poner en orden estos dos años y a proteger mi reputación. Me han hecho mucho daño con calumnias, rumores, mentiras que he aguantado por un objetivo común. Esto ahora ha caducado y me tocará dedicar mi vida a la defensa propia”.[3]

3. LA REFLEXIÓN DISCURSIVO-RETÓRICA

La reflexión discursivo-retórica se hace evidente, y me conduce al pasado para interpretar mejor el presente. Me remito a uno de los más importantes tratadistas retóricos de Roma, Quintiliano. En un momento del final de su tratado, la Institución oratoria, Quintiliano se decide a definir al orador. Lo hace en relación con los juristas romanos de entonces (no había posibilidad de referirse a los políticos puesto que se encontraba en el Imperio Romano, no en la Democracia Romana). Nosotros nos ocupamos aquí de otro tipo de orador, ahora sí del político; pero no importa en realidad esa diferencia para el resultado de nuestra reflexión, pues jurista y político son dos variantes emisoras para el discurso retórico-social, el que ayuda al entendimiento y al mejoramiento entre los miembros de una sociedad determinada. Lo que digamos del orador corresponde por igual a todo político de una democracia, dado que a través de sus discursos se comunica intencionalmente con la ciudadanía (la polis).

Volvamos a la reflexión de Quintiliano que nos aplicaremos. ¿Cómo es el orador que Quintiliano trata de formar? Sin duda un orador destinado al ejercicio de la abogacía, pero en ningún momento quiere que se confunda orador y técnico en práctica jurídica (nosotros diremos, según nuestro ejemplo, técnico o gestor político). Si toda la Institutio Oratoria (la magna obra de Quintiliano) se centra en los problemas judiciales (no olvidemos que la mayor extensión del tratado la ocupa el estudio del género discursivo judicial), si el orador que el tratado procura formar está destinado al ejercicio de la abogacía; al final del tratado, Quintiliano se empeña en dejarnos claro que con su educación no quiere conseguir simples abogados (nosotros decimos, simples técnicos en gestión política). Y dedica parte de su último libro a martillear sobre esta idea. Lo que él pretende, nos dice, es formar hombres de eminente inteligencia: defensores de los inocentes, castigo de los criminales y, por encima de esto, guías de las deliberaciones del senado, tranquilizadores de las multitudes, arengadores de los soldados, que hagan vivir en el pueblo las imágenes del deber, de la virtud y del valor. Algo fundamental también aplicado al orador político, sobre todo evidente en estos tiempos de corruptela generalizada en el ramo.

quintiliano

El primer capítulo del libro XII y último de su Tratado es célebre por la definición moral que en él ofrece del orador: «Vir bonus dicendi peritus» (XII.1.1): hombre bueno (honrado), perito en el decir (que sabe hablar). Mucho antes ya había dicho: «Bene dicere non possit nisi bonus» (Quintiliano, II.15.34). Nadie que no sea bueno puede hablar bien. Así pues, incluso el que persuade a un auditorio, si su interés no ha sido participar su honesta manera de ver las cosas, no ha hablado bien.

Volvamos a nuestros días y al caso Puigdemont, sólo un ejemplo, entre tantos, de político que no es político; ahora diré por qué. En el momento en que el discurso se hace doble, el político se desmorona. No podemos llamar político – como no llamaba Quintiliano oradores a los juristas que eran puramente técnicos – al que es sólo gestor en política, porque el político (una variante del orador, como también lo debía ser el jurista romano) tiene que ser un vir bonus para que alcance la categoría de político. Y bonus entraña honestidad en el discurso. Sólo desde un discurso de autoconvencimiento, honesto para con un modelo de mundo que se defiende, se puede dar el paso al discurso retórico-social: el de la persuasión, sobre lo que previamente construimos como nuestra creencia, dirigida entonces a terceros. Nuestro discurso social y público tiene que ser aquel que nos convence a nosotros mismos. Si Puigdemont cumpliera con estos requisitos, le podríamos llamar político, es más, un importante político del independentismo. Pero a Puigdemont le podremos llamar de cualquier modo, pero desde la revelación de los whatsapp a Comín, claramente queda demostrado que político no.

No es defendible el doble discurso retórico-social, por la falta de ética que entraña. Y la inmoralidad, ni siquiera la amoralidad (a pesar de que se ha dicho tantas y tantas veces) es parte del ejercicio retórico, me refiero a la ejercitación del discurso que el político dirige a la sociedad con intención de que lo secunde; pues sólo vale (y entra en la categoría del vir bonus quintilianesco) el discurso que nace como la construcción autoconvencida, honesta en suma, de un modo de entender y de ver el mundo.

Puigdemont se ha justificado después. No tardó en aceptar la autoría de los mensajes. “Soy humano y hay momentos en los que yo también dudo. También soy el presidente y no me arrugaré ni me echaré atrás ¡Seguimos!”. Comín, por su parte, anunció que estudia acciones legales e intentó quitar hierro a la situación. “Si el bloque del 155 se está haciendo ilusiones sobre la división del independentismo tendrá un enorme disgusto. La unidad está absolutamente garantizada”.

En conclusión, a Puigdemont lo podemos llamar gestor del independentismo, lo ha sido desde sus comienzos, como recordábamos antes, pero no político del independentismo, puesto que en este proceso ha olvidado la base imprescindible de una propuesta política: la sociedad (la catalana en este caso) y sus necesidades primarias, empezando por la gran crisis social que el propio independentismo ha creado y que afecta muy negativamente a la calidad de la vida y el bienestar de las clases populares, como dice Vicenç Navarro. ERC y la CUP también son cómplices por aceptar este juego del independentismo, precisamente partidos que van de izquierdas y que dicen representar a las clases populares. En Comú-Podem ha resultado más coherente en esos aspectos, a pesar de sus resultados electorales.

Notas:

[1] http://www.lavanguardia.com/politica/20160109/301290104228/carles-puigdemont-president-generalitat.html

[2] “El procés independentista català és el conjunt d’esdeveniments i transformacions envers el dret d’autodeterminació i la independència de Catalunya que han marcat el debat social i polític català com a mínim d’ençà del juny de 2010 i fins avui.” (https://ca.wikipedia.org/wiki/Proc%C3%A9s_independentista_catal%C3%A0 )

[3] https://politica.elpais.com/politica/2018/01/31/actualidad/1517394842_585091.html

 

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